Sólo hacía tres años que se
habían casado, y ella estaba cada día más enamorada. Por aquél entonces
sospechaba hasta qué punto, pero nunca hubiera imaginado cuánto en realidad. Ni
las cosas que pasaría por amor. Ni el daño que sufriría. Todavía no. Hasta esa
noche. Fue como un crujido en la madera de un precioso mueble, que empieza a
resquebrajarse.
Le gustaba aquella libertad en la
que primaba la confianza de uno en el otro. (¡Ja! Sólo había una confianza, y
era la que se podía tener en una mujer como ella, que cuando se enamoraba, lo
daba todo). Pero estaba divagando de nuevo, así que se forzó a recordar el
momento en que todo empezó a terminar.
Ana disfrutaba con el cine. Ya no
solamente las películas, sino el ambiente en general. Le hacía gracia pensar
que Alfonso siempre le había dicho que le gustaba ver películas, pero no ir al
cine. Y en todos los años que pasó con él, no logró averiguar qué tipo de
películas le gustaban, ni tan siquiera podía recordar haber visto alguna con
él. Aunque seguramente lo habrían hecho algún día. Pero no le daba importancia.
Tenían diferentes gustos. No era tan raro en una pareja. Claro que poco a poco
se daría cuenta de que eran más los diferentes que los comunes. Cuando ya no
importara. Otra vez divagando. En fin. Siguió pensando en aquello:
Aquella noche se fue al cine con
sus hermanas. Era una peli larga, “El último emperador”, o alguna de ese
estilo. El caso es que terminó muy tarde, de madrugada.
Estaba contenta de llegar ya a
casa. Le echaba de menos. Pero se sorprendió al ver que no estaba allí. Bueno,
creía que no iba a salir. No pasaba nada, cogería de nuevo el coche e iría a
ver si lo encontraba. Tal vez tomarían una copa juntos antes de volver a casa.
Seguro que estaría con Rodolfo en el Londix, un pub al que solían ir. Pasó
antes por las afueras, donde él tenía su fábrica. Era una costumbre que había
adquirido de Alfonso cuando salían por ahí. Pasaban de noche para ver que todo
estaba bien. Nada es por casualidad. Tenía que suceder. Y sucedió:
Vio a un lado de la oscura
carretera el coche. Pero las luces de la fábrica estaban apagadas, así que
estaba en el coche. Qué raro, pensó Ana. Aparcó su coche delante y salió. Al
abrir la portezuela sintió desvanecerse toda su vida en un instante. Incluso
creyó escuchar el chasquido de su corazón roto. Alfonso estaba allí con aquella
chica. Su exnovia. Aquella de la que estuvo tan enamorado. Con el paso de los
años, Ana llegó a pensar que siempre había seguido enamorado de ella.
Lo que siguió a continuación fue
el principio de una lenta agonía que duró unos nueve años. Pero ese fue sin
duda el comienzo del final de su historia. Aunque entonces Ana todavía no era
consciente de ello.
Y le perdonó.
P.
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